El martes santo que nunca olvidaré como sahumadora

Autora: Salomé Garcés

Como cada año, en Popayán, la Semana Santa es una de las más antiguas tradiciones que conmemora la pasión, muerte y resurrección de Cristo. Este, que era mi año como sahumadora, quedó convertido en un sueño que no se hizo realidad. 

Salomé Garcés, sahumadora del paso El Señor del Huerto del Martes Santo. Foto por: Mafla foto. 

Un ruido azota mis oídos, con los ojos entreabiertos, miro el celular, marca las 8:00 a.m., ya había amanecido, un cuatro de abril, Martes Santo. Un día por el que tanto había esperado y por el que me había preparado durante meses. Ser sahumadora del paso “El Huerto” significaba para mí continuar con la tradición familiar que se ha llevado desde hace 70 años, una sola noche, unas pocas horas en que iba a representar a la mujer payanesa sahumando a Jesús por las blancas calles de mi ciudad natal Popayán, procesiones que se realizan desde el año 1556, y que son Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad inscrito por la Unesco en 2009. 

Salí temprano de casa con mis padres, ví el cielo y las nubes grises no dejaban que el sol iluminara el día. Eran las 10:00 a.m. cuando llegué donde Doña Mariela, la señora que me entregaría el vestido de ñapanga, el traje azul con el que iba a resaltar en la noche de ese cuatro de abril. Recuerdo su casa, antigua y colonial, paredes blancas, solo un piso, muchas flores adornando, y detrás de un gran ventanal, dos perros enormes que no paraban de ladrar furiosos. Doña Mariela nos entregó tres cintas azules para el cabello, y el pebetero para arreglarlo con flores blancas, flores que representan la pureza de Jesús y que llevaría con mi mano durante el recorrido de veintidós cuadras.  

Íbamos tarde al arreglo del paso, debía estar presente para charlar con los cargueros desde temprano, y hacer presencia como sahumadora, pero terminé llegando a las 11:30 de esa mañana. Caminando llegamos a la iglesia de San Agustín, las iglesias siempre suelen estar frías, por lo grandes que son, pero esta vez a pesar del día nublado, se sentía el calor de la gente, armando pasos, trayendo flores, velas, imágenes del tamaño de una persona, se escuchaban murmullos y algarabía. 

Entre la multitud, queriendo hablar con alguien con quien compartiera mismos sentimientos o emociones, me acerco a charlar con Isabela Ordóñez, una de las sahumadoras quién también saldría en la procesión. Estaba sentada con flores en sus manos, las mismas con las que adornaban el paso La Dolorosa. 

-Supongo que estás nerviosa – entro con esas palabras para tomar confianza. 

Sonrió.  

 – Es una mezcla de felicidad y nervios-. 

Me dijo unas palabras que se me quedaron grabadas: “Para mi ser sahumadora significa tradición, honor y sacrificio, esta labor tan hermosa me hizo ver la entrega tan grande que debes de estar dispuesta a hacer a Dios durante toda la procesión”. 

Recuerdo estar sentada en una de las bancas de la Iglesia con el susto de ser entrevistada por los muchos periodistas que veía, en eso, uno de los amigos de mi familia, Juan Carlos Arias, me susurra “te va entrevistar Radio 1.040”, mi corazón salió de mi cuerpo sintiendo el vacío como si bajara por una montaña rusa, no estaba preparada para ser escuchada por más de mil personas. Mi mamá me dio un abrazo y palabras alentadoras, pero no ayudó, los nervios se apoderaron de mí. El periodista me saludó diciendo que no me preocupara, que sería una simple charla, tuvimos una conversación de unos once minutos. Mientras hablaba en vivo, veía la cara de mi hermano que sostenía su celular escuchando todo, sus expresiones eran de felicidad, por lo que sentí que estaba hablando bien y con seguridad. Fue un total orgullo para todos haber sido entrevistada, un momento inolvidable. 

Entrevista en vivo por Radio 1.040. Previo a la procesión las iglesias se llenan de periodistas quienes buscan conocer los detalles de cada procesión. Foto por Sebastián García, hermano de Salomé Garcés. 

Saliendo de la iglesia me encuentro con Jairo Lora uno de los exmiembros de la Junta Permanente Pro-Semana Santa, JPPSS, un personaje con mucho carisma, de piel blanca, ni muy bajo ni muy alto, una sonrisa de oreja a oreja que irradia nobleza, quien me dice unas cortas palabras mientras me felicitaba por la labor que iba a representar esa noche.  

-La JPPSS es una institución laica que vela por la organización y el cuidado de las imágenes y los paramentos de los pasos de la Semana Mayor, mi papel como miembro de la Junta es aportar al enlucimiento de las procesiones, que los cargueros, síndicos y sahumadoras cumplan su papel y la procesión salga con solemnidad como cada año. 

Ya eran las doce del día, y el sol encandilaba los ojos de los habitantes del centro, un mal presagio, pues en Popayán si hace un día caluroso, una noche fría y lluviosa lo espera.  

Después de almorzar, fui donde mi estilista, maquillaje y trenzas para sahumar esa noche. Cerca de las 5:00 pm al salir, pasé con mi mamá comprando pizza y después de comer, me acosté en mi cama con mucho cuidado de no dañar mis trenzas, descansé mis pies una hora, pues a las 6:30 pm me esperaba la ñapanga azul. Este particular traje elaborado a mano que resaltan sus tonalidades fuertes en las noches de la Semana Santa. La blusa, bordada con hilos de colores y cintas que contrastan con el color de la falda, colores como verde, azul, rojo y fucsia que se usan los días martes, miércoles, jueves y sábado, el Viernes Santo por la muerte de Cristo, el azul y morado oscuro predomina, y se lleva también el traje de usanza, el cual es de falda negra y solo se usa sahumando los pasos del Sepulcro y La Virgen de la Soledad. Como accesorios se usan los aretes llamados panderetas en filigrana de oro y en el cuello una cinta de terciopelo negro con una cruz de oro. 

Tráfico y calles cerradas colapsaban a Popayán. Llegando de nuevo donde doña Mariela, comienza a vestirme, primero la enagua, continúa con la blusa de gola, sigue con la falda larga, coloco las alpargatas en mis pies, mi madre ayuda con las panderetas, collar y paño, al mirarme en el espejo de pies a cabeza me sentí feliz, preparada para la noche tan hermosa y de gran valor que me esperaba. 

Saliendo de esa colonial casa, había anochecido, el cielo tenía unas cuantas nubes, un poco rosado, y no había ni una estrella que lo iluminara, bastó con caminar por la empedrada calle unos 10 pasos, cuando sentí en mis hombros unas gotas, extendí mi mano, miré hacia arriba y dije a mamá “ma, empezó a llover”, noté su cara de angustia, la cual también sentí yo, pero seguimos caminando hasta llegar a la Iglesia; al entrar, estaba llena de humo del incienso, gran parte de la familia estaba junto al paso, fueron muchos saludos y palabras de apoyo, pero seguía mi preocupación por la lluvia que venía asomándose.  

La procesión como todos los años sale a las 8:00 p.m. y se espera hasta las 10:00 p.m. para arrancar, por si algún evento se presenta. Revisé mi celular y eran las 7:56 cuando el sacerdote tomó el micrófono, hizo una oración y terminó diciendo “Que tengan una feliz procesión”. Todos se empezaron a organizar, de pronto las puertas se cerraron y empezaron los murmullos “comenzó a llover más duro”, todos nos mirábamos y la angustia y preocupación llenó toda la iglesia. Pasó una hora, la más eterna de mi vida, algunos sentados, otros parados esperando nuevos reportes, en eso la coordinadora de regidores se apodera del micrófono para dar nuevo aviso, la iglesia queda en total silencio “Me acaban de informar que sigue lloviendo bastante fuerte, las condiciones climáticas no dan para que saquemos la procesión”, palabras que solo llenaban de intranquilidad. Recuerdo tomar mi celular cada minuto, el tiempo pasaba muy lento, mi ansiedad empezaba a aumentar hasta que mis ojos se pusieron vidriosos, sentía un nudo en mi garganta, quería perder la esperanza, pero no lo hacía, solo rezaba.  

A las 9:30 en punto, un nuevo reporte. Solo malas noticias. “Sigue lloviendo más que antes, si a las diez de la noche el clima no ayuda, damos por cancelada la procesión”. El tiempo se agotaba, aumentaban mis nervios, mis ganas de llorar, no quería que tantos meses de preparación, anhelo e ilusión se derrumbaran. Eran cerca de las 9:45 p.m., cuando un tercer aviso llenó a todos de felicidad “Nos informan que dejó de llover, tendremos procesión” la gente se paró, todos aplaudimos, prendí los carbones con el incienso y los pasos empezaron a salir en su orden.  

Yo iba detrás del tercer paso, estaba a punto de cruzar las puertas, cuando en eso veo venir a una regidora diciendo “se devuelve la procesión, comenzó otra vez a llover”. La voz en el micrófono retumba siendo las 10:04 de la noche y da por cancelada la procesión de ese cuatro de abril, Martes Santo. 

Ser sahumadora una vez en la vida 

No puedo expresar lo que sentí en ese momento, recuerdo ver a mi mamá, darle un fuerte abrazo y ambas romper en llanto, las manos de mis familiares en mis hombros consolándome, escuchar palabras de apoyo, todo confirmaba que este año no había sido el mío.  

El privilegio de ser sahumadora en las procesiones de Popayán, se recibe una sola vez en la vida. Este personaje de la Semana Mayor es elegido por medio de un examen que prepara la JPPSS, se presentan en promedio por año 150 niñas entre los 17 y 22 años de edad, de las cuales son elegidas 58 para cumplir el papel de sahumar durante esta semana.  

El haber crecido entre las andas de los pasos viene desde mi bisabuelo Aníbal Ordóñez, quien por su participación durante muchos años como carguero recibe la sindicatura del paso El Señor del Huerto, labor que con el pasar de los años van heredando los hijos. De esta manera mi madre, hermano, primos y tíos han estado vinculados a las procesiones de Semana Santa y yo como la décima sahumadora en mi familia continuaría con el legado, cumpliendo el sueño que he tenido desde niña de sahumar el camino de Nuestro Señor Jesucristo en la Semana Mayor de Popayán. 

Liliana Ordóñez, madre de Salomé, abrazándola en el momento que cancelan la procesión. Foto por: Mafla foto 

Entre tanta tristeza, me encuentro con el síndico del paso que no pude sahumar, Jaime Antonio Ordóñez, un tipo alto, elegante, vestía de traje con corbata que lo hacía lucir como una persona imponente, no sonreía mucho así que con gran timidez me acerco hacia él y entablo una pequeña conversación. 

-Es muy triste que hayan cancelado la procesión de hoy por el clima, ¿cómo síndico cómo se está sintiendo?  

-Es un sentimiento de tristeza y pesar el no poder realizar la procesión de hoy Martes Santo debido al clima, porque se prepara uno todo el año para esta noche, la inversión es grande por parte de todos y cada uno de los que interviene en la procesión – me dice Jaime, con una expresión de decepción en su rostro. 

Y fue así como una noche que significaba tanto para mí, quedó en una espera de otros 365 días, pues por no haber podido sahumar este año, mi cupo queda asegurado para el siguiente, solo espero un Martes Santo del 2024 donde no mire hacia arriba y ver el cielo llorar. 

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1 comentario en “El martes santo que nunca olvidaré como sahumadora”

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